Mi vida estaba
estancada. Pese a haber terminado la carrera de informática, seguía currando de administrativo en la misma oficina del supermercado al que entré a trabajar cuando
aún estaba estudiando. Era un empleo sin futuro en el que no me realizaba, pero
me agotaba sólo de pensar en el esfuerzo que me supondría ponerme a buscar otro
mejor. Algo parecido ocurría con mi matrimonio, al que llegué después de
casarme con una cajera del mismo supermercado que fue la primera novia que
tuve en mi vida. La pasión se había consumido hacía mucho tiempo y ya no
recordaba la última vez que habíamos hecho el amor. De manera que dedicaba el
tiempo libre que me dejaba el trabajo y las tareas del hogar, que debía
realizar para no enzarzarme en extenuantes discusiones con mi mujer, a jugar
con la videoconsola en el sofá del salón, lo que me permitían llevar una excitante
vida virtual sin quemar ni una caloría ni sufrir estrés psíquico. Hasta que un
día otoñal mi mujer se plantó ante mí y me dijo: “Fernando, te dejo. Me he
liado con Manolo y me voy a vivir con él”. Manolo, el señor Manuel para mí, era
el dueño del supermercado en el que trabajábamos.
Mi primera
reacción fue de rabia por la traición y odio hacia los adúlteros. Pero estos
sentimientos tan negativos cansan mucho, así que al cabo de un par de horitas se
me pasó el enfado y me puse a jugar a Call of Duty. Ya me había recuperado de
la cornamenta cuando, apenas unas semana más tarde, el señor Manuel me
despidió. “Lo hago por ti. Para evitarte el sufrimiento de vernos juntos todos
los días”, me dijo con carita de pena. Tras una agotadora hora de mala hostia,
estaba al borde de la extenuación así que me olvidé del asunto y me puse a
jugar a Tomb Raider.
A pesar de que
Dios me había bendecido con la infertilidad y no teníamos hijos, mi ex se quedó con nuestro piso. Y, como el subsidio del paro no me daba para un alquiler, tuve que irme a
vivir con mis padres. Fue genial. Entonces me di cuenta de la suerte que había
tenido. Fue como volver a ser adolescente. Ropa limpia, guisos caseros,
palabras cariñosas… de todo se encargaban ellos. Nada que ver con el
matrimonio. Como encontrar trabajo estaba tan mal, no tenía que hacer nada en
todo el día y pasaba largas sesiones en el sofá jugando son mi PlayStation. Fue
entonces cuando me enganche al Splinter Cell , el mejor videojuego de espías
del mercado, y me metí en la piel de Sam Fisher, el agente encargado de detener
a los terroristas del juego. Así pasé un par de meses. En el centro del sofá quedó marcada la forma de mi abundante
anatomía. Era un molde que actuaba como un agujero negro y engullía cualquier
persona que tuviese la osadía de sentarse a ambos lados del sofá (mis padres).
Un día mis
progenitores, hartos de ser abducidos por el sofá, decidieron estimular mi espíritu
emprendedor (me amenazaron con que si no levantaba mi gordo culo del sofá y me
realizaba trabajando antes de un mes, dejaría de alojarme bajo su techo).
Estábamos cenando y en la tele daban las noticias. El ultimátum me dolió mucho.
Encima que les hacía compañía y cuidaba de ellos… La rabia me duró todo el
tiempo que Matías Prats empleó en presentar el asunto del espionaje masivo de
los servicios secretos americanos a ciudadanos de nuestro país.
Aquella misma noche, nació mi empresa: la CNI (Compañía de Nuevas
Identidades). Durante los días siguientes dediqué todo mi tiempo y mi esfuerzo a poner en marcha el negocio. Conté para ello con la inestimable colaboración de
mi ex mujer y el señor Manuel, que fueron piezas clave para probar la eficacia y
eficiencia de los productos desarrollado por CNI.
Conectándome a
Internet en locutorios de paquistaníes repartidos por toda la ciudad, elaboré
dos perfiles completos para utilizarlos en Facebook, Twiter, Myspace y Tuenti
con los nombres de SALIB AL JALAR y FATIMA EL CHICHI y les coloqué una foto
retocada con photoshop de mi ex jefe, en la que aparecía con barba larga y
chilaba, y otra de mi ex mujer con velo islámico. Les puse la dirección de la
casa en la que residían los dos, que eran aficionados a la lectura del corán, que
habían visitado Pakistán, Afganistán, Arabia Saudita , Irak, Siria y Líbano,
que no les gustaba la televisión, la música ni el cine occidentales, y que les interesaba la oración del amanecer.
También abrí
varias cuentas de correo electrónico en distintos servidores a nombre de estas nuevas identidades a las que después enviaba mensajes desde otras cuentas
inventadas. Después establecí un intercambio de mensajes en las redes sociales
y una correspondencia ficticia por email en la que procuraba que apareciesen
las palabras clave: bomba, Hamas, ataque, suicida, paraíso, infieles, Al Qaeda,
explosión, mártires, radiación, gas venenoso, ántrax, policía, milicia,
resistencia, Chechenia, Afganistán, demonio, nuclear, secuestro, rehenes, inmolarse
mola…
Pasadas unas
semanas, en las que realicé un seguimiento minucioso de los movimientos de la
pareja de adúlteros, hice que los mensajes que se intercambiaban AL JAR
y EL CHICHI con sus ficticios compinches mencionara la realización de una
acción inminente de castigo al infiel americano atacando uno de sus iconos: un
restaurante de McDonals. Concreté el lugar: el atentado sería contra el McAuto
de mi ciudad, al que acudían el señor Manuel y mi ex todos los viernes después de cerrar el
supermercado para recoger su cena, y la fecha: el último viernes de noviembre. Y
esperé.
Ya ha pasado una
semana de la fecha señalada y la parejita ha desaparecido sin dejar rastro.
Nadie sabe dónde se encuentran, pero yo creo que están disfrutando de unas merecidas vacaciones
con todos los gastos pagados en hotelito romántico de Alcalá-Meco, El Puerto de
Santamaría o Navalcarnero. En el mejor de los casos, puede que estén gozando
del magnífico clima del Caribe, concretamente en Guantánamo. Ellos se lo
merecen, nunca nadie hizo tanto por mí.
Gracias a una
agresiva campaña de marketing Internet, creé unas mil identidades falsas que
recomiendan nuestros servicios a todos sus amigos en la red, la CNI comienza a recibir
encargos, sobre todo de políticos. Me paso el día trabajando de locutorio en locutorio, he bajado de los cien kilos, el sofá ha recuperado su forma original y mis padres han
dejado de acosarme.
Así que ya saben, amigos cornudos y cornudas, sin apenas esfuerzo y por muy poco dinero podrán
recompensar adecuadamente a sus infieles parejas. Sólo tienen que enviarnos un
email a: astadosagradecidos@gmail.com