CUENTO POPULAR

Érase una vez un país muy, muy roído, llamado Roenlandia. El presidente de un popular partido político, un ratoncete con bigote, se retiró de la vida pública dejando a su sucesor una ing-rata herencia en forma de rata macho (un Rato) instalada en el desván de su formación política. El Rato era un tipo del ¡Apa, rato! del partido y el heredero, una ratilla con barbilla, se olía que el Rato quería llevarse el gato al agua.
Y es que el Rato era un timo-rato (a la que te descuidabas, te timaba) y eso que parecía que el Rato nunca había rato un plato. Ya, cuando estudiaba en los Jesuitas, pasaba tras el Ratoncito Pérez por las habitaciones de los niños y cambiaba las monedas que Pérez les dejaba bajo la almohada por participaciones preferentes del arruinado Banco de las Cloacas. Luego llegó su fallido romance conla Ratita Presumida. Al saber que
no podría disponer del patrimonio de su novia tras el matrimonio porque
ella le exigía la separación de bienes para casarse, el Rato le dijo que no
quería pasar más rato con una rata tan rata y la dejó plantada como a una
patata. Y con artes rastreras, como maquillar las cuentas del país con sus piratizaciones
(venta de empresas públicas rentables a los pi-ratas privados) para que pareciesen
saneadas, llegó a ser muy popular entre los roelandeses.
Y es que el Rato era un timo-rato (a la que te descuidabas, te timaba) y eso que parecía que el Rato nunca había rato un plato. Ya, cuando estudiaba en los Jesuitas, pasaba tras el Ratoncito Pérez por las habitaciones de los niños y cambiaba las monedas que Pérez les dejaba bajo la almohada por participaciones preferentes del arruinado Banco de las Cloacas. Luego llegó su fallido romance con
De
manera que la ratilla con barbilla, sabedor de que el Rato sabía más que los
ratones coloraos, quiso deshacerse de él. Pero el Rato se le adelantó y le propuso
un t-rato: “Si me rati-ficas como roedor asesor del Banco Ratander y me das tu voto
para mandar en Rankia, te prometo que te ayudaré a conseguir los votos
necesarios para que seas presidente de Roenlandia”. La propuesta no cayó en saco rato. La ratilla con barbilla aceptó, así que se juntó
un Rato con un descosido.
Así, el Rato engañó a Zapa-ratero, el presidente del país, con su pero-rata.
Gracias a la sugestión, el Rato le hizo creer que no existía la crisis y que,
gracias a su gestión, Rankia tenía beneficios millonarios. Zapa-ratero no pensó que había gato encerrado y confió en el Rato
como si fuera un topo (ciegamente). Al estallar la burbuja de la madriguera, Zapa-ratero perdió su categoría y se convirtió en alpar-gatero. Fue derrotado en las urnas por la ratilla con barbilla, votada masivamente por los ingenuos roelandeses, y pasó a ser el nuevo presidente de Roenlandia.
Más
tarde, cuando el Rato hundió Rankia por dar créditos ba-ratos a sus colegas rateros,
abandonó el barco a toda prisa. Entonces, el presidente del
gobierno se ret-rató proporcionando al Rato un ratiro dorado en una empresa pi-ratizada,
como a tantos expolíticos de Roenlandia.
Acusado
de varios delitos por el caso Rankia, el Rato estuvo un rato jugando al ratón y
al gato con los jueces. Finalmente fue condenado, pero se la dio con queso a la Justicia porque la ratilla con barbilla lo indultó alegando que la condena tenía una ¡Eh, rata!
Aquello terminó de roer la moral de los roelandeses que, indignados por tanta ratería, se organizaron al
margen de la clase política. Hicieron una colecta y contrataron al Flautista
de Hamelín. De forma que cuando el flautista abandonó el país, después de
recorrer todas sus ciudades, se llevó tras de sí unos cuatrocientos mil
rateros de la peor calaña que nunca más volvieron a roer Roenlandia.
Y
colorín colorado, este cuento se ha acabado.
ME PARECE EXCELENTE.
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