PRESENTACIÓN

LAS PENAS CON HUMOR SON MENOS PENAS

Este es el blog suboficial de PENURIAS EXQUISITAS, mi primera novela. Pero, sobre todo, es un espacio dedicado a la literatura de humor en el sentido más amplio de la expresión. Si un relato entretiene a quien lo lee y le ayuda a olvidarse de sus problemas por unos instantes, bienvenido sea. Aunque en el texto no se realice un alarde estilístico o se haga una brillante reflexión filosófica o futbolística. Como diría un albañil: cuanto más divertida sea una obra, mejor. En palabras de Mariano, el protagonista de esta novela, "Si, además de entretener al sujeto lector, se provoca su hilaridad, se cobran dos volátiles de una detonación."


lunes, 7 de octubre de 2013

AVE FÉLIX (CUENTO RECICLADO)


                                          
     Siempre fui un convencido practicante de la economía del consumismo. Tenía mis razones. Me sobraba el dinero, vivía solo en mi ático de soltero, tenía un A 3 y un Mac. Ganaba un buen sueldo trabajando de informático en una multinacional y no veía la necesidad de gastar tiempo y esfuerzo para reutilizar cosas viejas cuando podía comprarme lo que quisiera completamente nuevo. No me apetecía bajar con la basura en veinte bolsas diferentes y pasear por todo el barrio como si fuera un mendigo para llegar hasta los contenedores de colores situados donde Cristo perdió el gorro. Además, estaba harto de que los políticos me bombardeasen a todas horas con mensajes alarmistas apelando a la responsabilidad ecológica. Como si el planeta se fuera a morir al día siguiente y yo fuera el único responsable.
     Pero todo aquello pasó a mejor vida cuando me enamoré de Renata. La que luego sería mi esposa era una fanática del reciclaje y yo me dejaba llevar por su entusiasmo sostenible para conseguir su amor. Así fue como me enteré de de la sorprendente muerte del obispo de Mondoñedo. Renata había decretado que debíamos reutilizar las hojas del periódico cortadas a un tamaño adecuado para limpiarnos a modo de papel higiénico. Una bochornosa tarde de agosto, se levantó de la siesta y se fue al baño. Cuando regresó al dormitorio, estaba cariñosa y nos pusimos a practicar el 69. Entonces me encontré con la noticia impresa en las nalgas de mi novia y no me pude resistir a enterarme de los detalles del óbito, lo que me acarreó la consiguiente bronca de mi pareja por la pasusa amatoria.
     Mi novia también me hizo ver la luz, con su método sostenible de gestión de residuos orgánicos. Una parte de los desechos producidos en la casa se dedicaban a la producción de energía tras un periodo de putrefacción en un depósito que canalizaba el metano resultante a la instalación del gas. La producción era suficiente para hacer que funcionara la cocina, la calefacción de la casa y para alimentar unos faroles de gas que llenaban de claridad nuestro nidito de amor. Otra parte de los residuos orgánicos se empleaban para la producción de composta, una especie de estiércol casero con el que abonábamos nuestro huerto urbano y ecológico, instalado en la terraza del ático, cuyos productos constituían la base de mi alimentación.
     También aprendí en aquellos tiempos a refinar mis gustos ornamentales. Descubrí la decoración sostenible, mucho más cálido que el frío estilo sueco del Ikea que había gobernado mi vida de soltero. Mi salón se convirtió en un alegre arco iris cuando instalamos en el salón diez contendores, diez, de diferentes colores para realizar una recogida selectiva de basura. Verde: vidrio, azul: cartón…
     Todas aquellas innovaciones ecológicas hacían que fluyera en el ambiente un olorcillo de lo más sano para el planeta, pero fatal para la pituitaria humana. El problema lo solucionó Renata de forma sostenible, sólo había que sostener una pinza en la nariz durante la permanencia en el piso.
     Nuestro noviazgo terminó su vida útil cuando Renata se quedó embarazada incomprensiblemente: usábamos condón en cada una de nuestros encuentros sexuales. Quizás tuvo algo que ver que, por iniciativa de mi novia, reutilizábamos los preservativos –tras lavarlos y tenderlos al sol en la terraza- unas veinte veces antes de depositarlos en el cubo de basura amarillo.
     Después de la boda todo cambió. Renata se recicló profesionalmente: dejó su trabajo para dedicar todas sus energías a nuestro matrimonio. Pero abrumada por el elevado consumo de productos nocivos para el medio ambiente que requería la realización de la  limpieza del hogar, dejó de hacerla. Lo mismo ocurrió con la colada, de la que terminé encargándome coincidiendo con mi ducha del sábado para ahorrarle al planeta agua, energía y jabón. Sin embargo, en la cocina mi mujer demostró una creatividad poco común: reciclaba el aceite de la sartén para otros guisos posteriores. De manera que se ganaba sabor y de paso no contaminábamos con sustancias tóxicas el medio ambiente. Así nació una innovadora cocina de autor en la que la sepia sabía a bistec y las lentejas olían a pastel de chocolate. Hasta que decidí ocuparme de cocinar de la forma más sostenible posible para mi delicado estómago. Orientado por mi esposa, también me reciclé eliminando el consumo de cervezas con mis amigos en el bar (empezamos a fabricar nuestro propio vino ecológico a partir de los restos de la fruta convenientemente fermentados en el cubo de la fregona) y renunciando al Canal + y a mi suscripción de La Vanguardia. Todo para reducir la producción de residuos.
     Al principio yo accedía a aquellas limitaciones de mala gana, pero con la llegada de nuestro bebé me conciencié de la necesidad de reciclar. Así lavaba con mucho gusto sus pañales de tela (los de papel son un atentado contra nuestros bosques)  cada día en mi ducha matinal, a la vez que hacía lo propio con la vajilla usada el día anterior, pensando que esa era la manera de dejar un planeta en buen estado a mi retoño.
     Pasó el tiempo y mi mujer, que era enemiga de reciclar las calorías mediante el ejercicio, fue acumulando grasas en toda su anatomía. De manera que su figura dejó de ser sostenible y decidimos invertir todo el dinero que habíamos ahorrado en los años de de guerra al consumismo en reciclar su físico por medio de una liposucción y, ya metidos en quirófano, aumentar unas tallas su pecho. La operación fue un éxito redondo. Renata tenía un aspecto radiante y con las grasas que le extrajeron tuvimos materia prima con la que fabricar jabón ecológico para todo un año.
     Pero un día se plantó ante mí cuando regresé del trabajo, se quitó la pinza de la nariz y me dijo: “Te dejo, Félix. He conocido a otro hombre y me he enamorado…” Mi mujer había abandonado la cultura del reciclaje y abrazado la filosofía del usar y tirar: me usó para sus propósitos y me dejó tirado por un monitor de su gimnasio que parecía un armario y hablaba como un armario. 
     Caí en una profunda depresión que me llevó a intentar suicidarme ingiriendo dos cajas de antidepresivos con abundante alcohol. Pero como el vino de elaboración casera  estaba en mal estado, a causa del descuido de la producción en aquellos días aciagos, mi organismo no pudo soportarlo y terminé vomitando los tóxicos en el contenedor rojo (desechos peligrosos). La experiencia me dejó una úlcera galopante en el estómago que hizo que no me quedaran ganas de volver a quitarme la vida.
     Con el divorcio, mi exmujer se quedó con mis últimos caprichos consumistas: el ático, el Audi y el Mac. Además le tengo que pagar una pensión compensatoria a ella y otra alimenticia para el niño. Y como me despidieron del trabajo por coger la baja laboral por depresión, con el subsidio del paro apenas me llegaba para alquilar una habitación en un piso compartido con una docena de paquistaníes.
     Pero no le guardo ningún rencor a Renata. He pasado página y me he reintroducido en el ciclo de la vida. He resurgido de mis cenizas como el ave fénix. Me he sometido a un proceso de reciclaje emocional que me evitará futuros desengaños para el resto de mis días. Ahora disfruto del amor fiel de Angelina, un maniquí viejo que recogí de un contendor de basura de El Corte Inglés. Le coloco en la cabeza la foto de mi actriz favorita del momento, reciclada de una revista del corazón, y le incorporo en la entrepierna una hortaliza alargada de las cosechadas en nuestro huerto vertical, ubicado en las paredes del patio interior del piso, que, al final de su vida útil, reutilizo para alimentar a nuestros pollos en la granja ecológica del balcón. Así puedo cumplir el sueño de todo hombre: cambiar de amante cada noche con solo cambiar la foto del maniquí.
     También me he sometido a un reciclaje cultural gracias al aprendizaje de un nuevo idioma, el urdu, y al conocimiento de los secretos de la cocina pakistaní que me han proporcionado mis compañeros de piso. Otro tanto ha sucedido con mi estética. Me he librado de la tiranía del traje que me tanto me angustiaba cuando tenía que ir a la oficina. Ahora visto informal, como siempre había deseado y me paso el día en bañador y camiseta, que es la única ropa que tengo. Por fin puedo llevar el pelo largo, como a mí me gusta, y al estilo rasta, que es el más ecológico porque no hace falta lavarlo.
     Además me he sometido a un profundo reciclaje profesional. Me he convertido en un emprendedor. He creado una empresa, ECOFOOD, de la que soy dueño. Un negocio de comida ecológica a domicilio especializado en cocina asiática que proporciona empleo a mis compañeros de piso. Es un negocio redondo y sostenible: materia prima gratis (residuos orgánicos de comida con fecha de caducidad inminente, siempre cumpliendo los criterios de higiene alimentaria de Arias Cañete, obtenidos por mis empleados  durante su recorrido diario por los supermercados de la ciudad a la hora del cierre) que mis cocineros transforman en deliciosos shwarma, faláfel y durum deconstruidos; conexión wi-fi gratuita (gracias a la gentileza del bar de la esquina); escaso gasto en combustible (el reparto lo realizan mis chicos en bicicleta) y administración eficiente (para gestionar los pedidos utilizo un  PC reciclado que monté a partir de los restos de varios ordenadores encontrados en la basura).
     La cosa va tan bien que he hecho una incursión en el mundo de la moda con la puesta en marcha de un negocio que empieza a andar con buen pie: ECOFOOT. Una empresa de  venta a domicilio de sandalias ecológicas que mis operarios elaboran, bajo mi atenta supervisión,  a partir de neumáticos usados y retales de ropa vieja rescatados de vertederos y contenedores. Y todo ello sin apenas contaminar ya que tanto los talleres como los almacenes se ubican en nuestro domicilio.

     Así que tengo una vida amorosa plena, vivo como quiero y me estoy enriqueciendo a marchas forzadas mientras cuido nuestro planeta. Y todo se lo debo a mi ex. 

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